¿Cuántas veces hemos dejado para el último momento una tarea que hemos tenido tiempo de hacerla con calma? ¿Cuántas veces nos hemos dedicado a ordenar con urgencia nuestra colección de libros de mayor a menor, en lugar de hacer aquel informe tan importante y urgente?
Lejos de parecer un sinsentido, un tipo de holgazanería o una irresponsabilidad, esta conducta tiene un nombre: procrastinación y, actualmente, la podemos oír con frecuencia. C.H. Lay la definió en 1986, como una demora en el inicio y/o finalización de una tarea o actividad que se tiene la intención de realizar y que suele ir acompañada de malestar, ansiedad y/o preocupación.
El simple hecho de aplazar una tarea que nos resulta más o menos agradable pasa por ser una gestión u organización del tiempo, en el que dejar el asunto para más tarde es solo eso, una cuestión de organización. Es cuando se incorpora el sentir subjetivo de malestar, ansiedad o estrés; el ser una constante en nuestra actividad; el buscar cualquier excusa para retrasar un quehacer; el tener repercusiones laborales o familiares por no atender a ciertos aspectos o deberes, cuando se puede hablar de problema.
Los motivos por los que procrastinamos son complejos, y, de forma general, se argumenta que están muy relacionados con la reparación del estado de ánimo y con la regulación de las emociones, distintos enfoques nos informan que:
La respuesta es sí, podemos trabajar diferentes aspectos que ayudaran a mejorar de forma sustancial la conducta procrastinadora, tales como:
Si de forma individual te resulta difícil hacer frente a situaciones procrastinadoras, es recomendable utilizar las ventajas que ofrece la psicoterapia. A través de sesiones programadas, podremos trabajar los aspectos más relevantes para progresar. ¡Contacta conmigo y reserva ya tu cita presencial u online!